Portal
de : BERNARDO
GONZALEZ WHITE
https://begow-n-f.blogspot.com/2008/02/ , begow08@gmail.com
Miembro
activo de la TERTULIA WHITE
Este
blog hace parte y es complementario
de
los dedicados a la TERTULIA WHITE:
John Henry White Blake (Juan H. White) ,
Robert Blake White ,
Enrique Uribe White ,
Maruja Vieira White
Rafael Uribe Uribe
De: Orlando Ramírez Casas , Orcasas Orlando
Date: dom, 13 abr 2025 a las 21:04
Subject: Bernardo González White, Begow QEPD
To: CCO: Gabriel Ruiz A. (NTC ...) ET AL
Hola, jóvenes:
Hace menos de una semana, o tal vez un
par de días más, me refería a la amistad como círculos concéntricos que rodean
el punto exacto donde cae una piedrecilla en la laguna, y justo a poco de haber
hecho esa comparación me sorprendió la noticia de la muerte de Bernardo
González White, Begow, acaecida el 4 de abril de 2025, faltándole dos meses “y
monedas” para cumplir los 82 años de vida, puesto que nació el 21 de junio
de 1943.
Era una muerte esperada, puesto que
había sobrevivido a infartos, y cirugías, y agravamientos, que lo hicieron
decir que él ya había muerto una vez y era un sobreviviente. Esa supervivencia
(sobrevivencia como que me suena mejor en este caso, no sé porqué), le permitió
poner orden en sus cosas, mentalmente preparado para saber que la próxima vez
sería la definitiva, y que la fecha no podía estar muy lejos. Así fue.
Alguna vez me dijo que él no había hecho
aportes para la pensión en la seguridad social, y que su jubilación la
constituía la cantidad de chécheres y trebejos que había acumulado en el
transcurrir de toda una vida. Con su venta, de a pocos, esperaba vivir con
dignidad lo que le restaba de tiempo en este mundo, por lo que empezó por
inventariar las cosas de más relevancia y trasladarlas a buen recaudo, entregó
la oficina que durante tantísimos años ocupó en el sexto piso del edificio La
Bastilla de la Avenida la Playa frente al Edificio Coltejer, oficina que muy
apropiadamente apodaba “La Alcancía”, por pequeña y repleta de billetes
y monedas y estampillas y libros y antigüedades. (Ver al final) Devolvió a la compañía
telefónica el teléfono fijo de la oficina “porque ya no lo necesito”, y
murió llevándose el punto de no haber adquirido nunca un teléfono celular. Sólo
se quedó con el teléfono fijo residencial que trasladaba de apartaestudio en
apartaestudio cada que se trasteaba buscando siempre vivir en los alrededores
de la Academia Antioqueña de Historia “donde tengo enterrado mi corazón”,
según me confesó alguna vez. Se enorgullecía de haber sido designado miembro
académico correspondiente de dicha entidad. Muchas veces (y no fueron pocas
sino muchas, en verdad), traté de contactarlo por el teléfono fijo pero él no
contestaba ni devolvía llamadas. “Es que él prácticamente se ha venido
aislado de todo el mundo, incluidos sus más cercanos”, me dijo la
secretaria de la Academia, que recibía recados y se los entregaba en la primera
oportunidad. “Pero no se preocupe, no es nada personal, lo mismo pasa con
todo el mundo”, me dijo la secretaria que en los últimos años se convirtió
en el ángel guardián que cuidaba los pasos de su “querido viejito”.
Sólo dos amigos, al parecer, lograban
romper el cerco de su aislamiento, pero no cuando ellos buscaban sino cuando él
quería. Jorge Cardona, su paisano numismático y filatélico, por cuestiones de
paisanaje frontineño y demás afinidades; y Jorge Rendón, su amigo numismático y
filatélico del suroeste, que le anunciaba visita y le compraba cosas de su
mutuo interés, convertido en recurso pensional del final de la vida de
Bernardo.
Por la música de su gusto puede uno
juzgar el talante de las personas, y al momento de despedirlas los seres
queridos pueden hacer sonar la canción de Darío Gómez “Nadie es eterno en el
mundo”, en muchos casos; o hacer sonar “Cuando un amigo se va”
(queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo), de
Alberto Cortez. Sabedor de que a mí me gusta el tango, me dijo que a él antes
le gustaba mucho, pero ya no. “Dejá de hablar bobadas, hombre Begow, que el
tango es un bicho que cuando se le mete a uno ya no lo abandona por el resto de
la vida”, le dije; y él me contestó que “yo le tomé fobia, mucha, fobia.
Después te cuento”. Fue su manera de decirme que su pelea con el tango no
era cosa de contar.
Durante el sepelio en la Catedral
Metropolitana de Medellín, uno de los panegiristas mencionó que Begow se
emocionaba oyendo el vals ecuatoriano “Corazón Prisionero”, del Dúo
Bowen Villafuerte, vaya uno a saber porqué lo conmovía ese “Corazón
prisionero, ¿Por qué te enamoraste, condenándome en vida a este amargo sufrir?”.
Cuando un amigo de uno se sacude de esa manera, es mejor callar para no
exponerse a un “no pregunte bobadas, que esas cosas no se preguntan”.
Bernardo no tenía inconveniente en bajarlo a uno de la nube, si se atrevía a
semejante impertinencia.
Una fotografía de gran tamaño de
Bernardo sonriente, de cuando estaba pleno de salud y de facultades, acompañaba
las cenizas a la entrada del presbiterio.
Mi vecino de asiento se quejó de la mala
acústica de la Catedral, que fue notoria cuando hablaron los cuatro
panegiristas, pero no cuando el celebrante pronunció la homilía. Tengo la
sensación de que los defectos de sonido fueron de enfoque de la voz, la
modulación, la distancia, y la altura del micrófono. El cura ya está
acostumbrado, y tiene el atril graduado a su medida.
Aprecié, en cambio, la muy buena
acústica del amplio recinto para el sonido del órgano catedralicio de gran
tamaño y virtuosamente tocado por un corista que es a la vez un tenor de lírica
voz graduada en academia o conservatorio musical. Eso se aprecia en el volumen
y tonalidad de la voz, y en la perfecta dicción de las letras en latín. La
soprano acompañante no se queda atrás en el profesionalismo de su
interpretación. El Ave María, de Franz Schubert me conmovió, y me conmovió
también el Stabat Mater con letra del Papa Inocencio III y música del monje
Iacopone da Todi, que tiene más de doscientas versiones pero esta es la más
clásica y tradicional, y bien la tengo grabada en los oídos de cuando en mi
niñez un organista de la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de
Buenos Aires la interpretaba durante las semanas santas, antes de que a los
milenials les diera por cantar el “Gracias a la vida” de Mercedes Sosa
durante el Sermón de las Siete Palabras. Cada cosa en su lugar, y Mercedes Sosa
en ese momento me suena como “Cambalache” durante la procesión de la
Virgen Dolorosa.
Los cuatro panegiristas que se
dirigieron a la audiencia al final de la ceremonia fueron:
– El Dr. Luis Fernando
Múnera López, contertulio del Edificio la Bastilla, y presidente de la Academia
Antioqueña de Historia.
– El columnista Oscar
Domínguez Giraldo, contertulio del Edificio la Bastilla.
– El Dr. Juan Guillermo
Hoyos Gaviria, del círculo de numismáticos y filatélicos.
– Elbacé Restrepo
González, columnista y contertulia del Edificio la Bastilla.
El templo escogido para el sepelio de
cenizas presentes fue, pues, un lugar imponente; y el acólito que acompañó al
celebrante fue nadie menos que el padre Daniel Chamorro, un joven sacerdote que
Begow conoció cuando era un niño de doce años aficionado a la filatelia y con
aspiraciones de entrar al seminario. Se hicieron amigos, con una amistad que no
acaba ni siquiera con la muerte, y Begow contaba con mucho orgullo que el
muchacho había sido seleccionado para enviar a estudiar a Roma en la Gregoriana
o alguna de esas instituciones que el Vaticano reserva para los que se
proyectan hacia el episcopado. Si su carrera sigue así, tal como lo vaticinaba
Begow, es posible que algún día le cambiemos el título de padre por el de
monseñor.
Hubo un detalle un poco ingrato,
digamos, para la memoria de Begow, y es que la nutrida asistencia de sus amigos
y familiares se pierde en el paisaje del imponente templo. En la capilla del
Cementerio Campos de Paz con seguridad se hubiera visto hasta gente de pie,
pero allí donde estábamos la asistencia se perdía en la inmensidad de las
naves.
La familia y amigos, con actitud sobria
y contenida, estuvo ausente de llantos y lloros y alaridos de última despedida
que suelen verse en otros sepelios. Eso coincide con el talante de Begow que
tal vez solamente se permitiera alguna furtiva lágrima saliendo de sus ojos,
pero nada de cataratas a moco tendido. Allí vi a sus hermanos, que viajaron desde
Norteamérica. Vi a sus sobrinos y parientes de Medellín. Vi a su ex esposa
Beatriz; a sus hijas Camila, la mayor; y Sara, la menor; a su nieta
adolescente, Isabela. Allí estábamos muchos integrantes de la tertulia de La
Bastilla, muchos compañeros de la Academia Antioqueña de Historia, muchos
numismáticos, muchos filatélicos.
Algunos, por razón de las
circunstancias, ocupamos los asientos de adelante, en las dos o tres primeras
bancas de ambas naves. Otros prefirieron hacerse en el medio, buscando
discreción. Y algunos pocos prefirieron hacerse al final, en la parte de atrás,
listos para esfumarse a la salida y rehuir los saludos, besamanos, y
socializaciones postcafé o postcoctel que rematan este tipo de ceremonias.
Muchos amigos de Begow hubieran querido ir, pero no pudieron. De lo que sí
estoy seguro es de que todos los presentes lo estaban por un sentimiento de
dolor por la pérdida del amigo y familiar. Una misa solemne simplemente por
deporte o por amor al arte no se la aguanta nadie, y a nadie se le ocurre
despedir a quien no quiere. Todos los que allí estábamos, lo queríamos.
La última vez que me vi con él fue en
noviembre de hace año y medio, cuando nos citamos para almorzar a las 12.30 pm.
en el Salón Versalles, casi al frente de la Catedral. Ya había entregado la
oficina del Edificio la Bastilla. Supe que había estado regalando libros y
cosas a los amigos, sin presentir que se trataba de una forma de despedida.
Llegué media hora antes, para ocupar mesa, y él llegó a la hora precisa.
Almorzamos y departimos coloquial y afectuosamente, como siempre, hasta las
2.30 pm. en que me anunció que debía retirarse porque tenía otro compromiso. Yo
me quedé cuadrando la cuenta y terminando de consumir la bebida que había
pedido. El mesero se acercó y me dijo: “Don Bernardo viene a almorzar con
frecuencia, pero es la primera vez que se demora tanto tiempo conversando”.
En ese almuerzo me regaló un ejemplar de
un libro facsimilar manuscrito de poemas de León de Greiff para su esposa
Matilde Bernal Nicholls de De Greiff, en edición de lujo empotrada en estuche
de cuerina color rojo y certificada por la notaría 4ª. de Bogotá con la firma
del Notario Dr. Rodrigo Escobar Navia. Mi libro resultó ser el ejemplar nro. 68
de una edición limitada. Me dio mucha alegría de poseer esa joya atesorable, ...

y
nada me permitía prever que iba a ser el afectuoso recuerdo de este amigo a
quien conocí cuando la Alcaldía del Dr. Alonso Salazar patrocinó la edición de
mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín” y encargó a la editora Lucía Donadío de hacer ese trabajo con el que ella dio inicio a las labores de Sílaba Editores en septiembre del año 2009. Lucía comunicó la presentación del libro
en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín a su amigo Gabriel Ruiz
Arbeláez del blog NTC ... de Cali, y éste encargó a su pariente Bernardo González
White de que asistiera y tomara fotografías para documentar el acontecimiento. (En la fotografía de la derecha: Lucía Donadío y Bernardo González White (Begow) - libro en mano - en el evento, septiembre 17, 2009.)

Tomar fotografías era otro de los reconocidos hobbies de Begow, quien asistió
con los amigos contertulios de La Alcancía del sexto piso de La Bastilla. Allí
los conocí, y a poco me invitaron a hacer parte del grupo que se reunía una vez
al mes en dicho lugar, con mesa buffet de pasabocas aportada por cada
contertulio, y “que cada quien cargue con el licor que quiera tomar”. La
mayoría no pasaba de gaseosa, tal cual copa de vino de consagrar, y tal vez un
par de vasos de whisky, pero no era más. Un par de amigos y yo hacíamos los
honores a la Fábrica de Licores de Antioquia. Allí llegaba Elbacé Restrepo con
un paquete de empanaditas de iglesia hechas por ella misma, alguno aportaba una
tabla de quesos y jamones de las charcuterías de Carulla, otro más desplegaba
alguna bandeja de salami, pepperoni y jamón serrano importado, y Begow era la
estrella del paseo con una bandeja de corvina en cebiche exquisitamente
preparado por él mismo, cuya preparación empezaba desde la semana anterior con la
compra de la corvina fresca, la retirada de las espinas, la picada en cubos, la
puesta para adobo en salmuera dentro de la nevera, la mezcla de vinagre y jugo
de limón con sal, la disposición en la bandeja de manera atractiva, las ramitas
de perejil para adornar los bordes, el acompañamiento de galletas de soda. Todo
un ritual, y había que ver el orgullo y la sonrisa de satisfacción con que él
contemplaba el gusto –el regusto– con que los contertulios daban cuenta de ese
banquete. Ninguna cantidad hubiera sido suficiente para complacer las
apetencias de la manada. Las tertulias de la Bastilla (y no hablemos de los
enriquecedores temas de conversación en un grupo selecto y de alto nivel
intelectual), fueron una experiencia gratificante e inolvidable.
Soy católico, creyente y practicante,
pero detesto el tipo de proselitismo que practican los Testigos de Jehová cuya
sola vista de ellos parados en una esquina me hace cambiar de acera. Lejos está
de mis intenciones el tratar de convencer a nadie de que se matricule en mi
bando. Nunca indagué, por lo tanto, cuales eran las creencias o prácticas de
Begow; pero un día, a propósito de cualquier cosa, me hizo una confesión, y sé
que no soy infidente ni lo estoy traicionando al compartirla. Eso lo sé, porque
alguna vez escribí un correo que a él le llegó por ser uno de los inscritos en
mi lista de destinatarios de la columna que publico semanalmente, y de los que
insistió en que no lo fuera a retirar de allí. Él me corrigió un par de
detalles de percepción, pero corroboró punto por punto lo que yo decía en ese
escrito.
Me dijo:
“Hombre, Orcasas, yo soy
escéptico y no creo ni en lo que me como, pero te confieso algo sobrenatural
que sucedió en el seno de mi familia, y para lo que no tengo explicación.
Sara, mi hija menor, nació con un
defecto que le impidió caminar hasta más allá de los dos años. Sentía dolores
atroces, y gateaba; o, para mejor decir, arrastraba los piecitos por el piso. A
mi mujer y a mí nos partía el alma verla y la pusimos en manos de cuanto médico
se nos atravesó, llevándola incluso a un prestigioso hospital de los Estados
Unidos especializado en esos casos infantiles de poliomielitis, meningitis, y
dolencias similares. Nos costó un ojo de la cara, pero recibimos diagnóstico de
desahucio. No había nada qué hacer. Vivíamos en una casa semicampestre, de
corredor, y como te he dicho yo soy escéptico; pero mi mujer era creyente y una
amiga le habló sobre un médico venezolano (todavía no había sido declarado beato, ni santo),
el Dr. José Gregorio Hernández, fallecido hace muchísimos años. Según la amiga
de mi mujer, una monja colombiana residente en Venezuela era reconocida como
médium o intermediaria para pedir los favores del Dr. José Gregorio, y al ser
contactada por mi esposa la monja le informó que ella llegaría a Cúcuta en los
próximos días, de paso para Cali, y que estuviera pendiente de ese viaje. El
día indicado se reportó, y dio instrucciones de que bañáramos bien a la niña y
le pusiéramos para dormir una bata amplia, hospitalaria. Indicó que en el
nochero al pie de la cama debíamos disponer una bandeja con instrumental médico
de escalpelos y pinzas y tijeras y elementos de uso en cirugía. También gasas,
y algodones, y jabón quirúrgico, y alcohol. Debíamos cerrar la puerta a primera
hora de la noche y no abrirla por ninguna razón. No debíamos preocuparnos,
porque la niña estaría bien. Al día siguiente estábamos mi mujer y yo sentados
en el corredor muy nerviosos y a la expectativa, después de pasar la noche
prácticamente en vela por la ansiedad. Yo, que soy un bebedor de café tinto y
un consumidor de cigarrillos compulsivo, había despachado ya varias tandas. A
eso de las siete de la mañana sentimos que la niña abrió la puerta y llegó
hasta nosotros… ¡Caminando! No sabemos qué pasó, ni tenemos explicación médica
para ese caso clínico perdido que los especialistas habían desahuciado.
Considero que ese fue un verdadero milagro, y Sarita es ya toda una mujer que
lleva una vida normal. Es la hija que te presenté hace un par de semanas cuando
viniste de visita a mi oficina”.
Ahí sí, como dice San Mateo en el
Evangelio (cap. 13:9-15), “El que tenga ojos, que vea; y el que tenga oídos,
que oiga”. Claro que en tratándose de milagros hay creyentes de creyentes,
y hay escépticos de escépticos, puesto que hay algunos que “no creen ni
aunque un muerto resucite”, según afirma San Lucas (cap. 16:31). Como me lo
contó Begow, se los cuento, y él murió convencido de haber sido favorecido con
un milagro que presenció con sus propios ojos.
Que en paz descanses, mi querido
Bernardo, y dale mis saludos a San José Gregorio Hernández.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
Abril 12 de 2025
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“El aleteo de
una mariposa en Hong Kong
puede desatar
vientos tempestuosos en New York”
(Proverbio chino adaptado por Edward Norton Lorenz
en Teoría del Caos)
NTC ... NOTAS y COMPLEMENTOS
“La Alcancía”
Edificio La Bastilla, sexto piso
Medellín, Antioquia, Colombia
" ... la oficina que durante
tantísimos años ocupó en el sexto piso del edificio La Bastilla de la Avenida
la Playa frente al Edificio Coltejer, oficina que muy apropiadamente apodaba “La
Alcancía”, por pequeña y repleta de billetes y monedas y estampillas y
libros y antigüedades. ..."
Fotografías por María Isabel Casas R., de NTC ... 4 de octubre de 2008
Click derecho sobre cada imagen para ampliarla en una nueva ventana
A la derecha, Sara la hija menor de Bernardo
Izq.: Bernardo y Gabriel Ruiz A. Der: Sara, Bernardo, Gabriel y María Isabel Casas R.
Del NTC ... Álbum, 4 de octubre de 2008
https://photos.app.goo.gl/EFQvLFJy7ucws4p5A
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Rafael Uribe Uribe
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BERNARDO GONZÁLEZ WHITE, Begow
Frontino, Antioquia, Colombia, junio 21 de 1943
Medellín, Antioquia, Colombia, abril 4 de 2025
Fotografías (Medellín, 2008) por María Isabel Casas R.
MEMORIA, HOMENAJE, AGRADECIMIENTOS, ...